jueves, 19 de noviembre de 2009

Diferentes, pero iguales

“Somos diferentes, pero iguales…” siempre lo decían señalando sus vestiditos iguales, sus coleteros.

Siempre delante de la galería, porque en el momento en que se quedaban a solas la cosa cambiaba. Su hermana no paraba de resaltarle todas las diferencias posibles.

“Eres más pequeña”.

“Tus ojos parecen que están siempre cerrados”

Todas las noches pasaba por el mismo suplicio. Oir a su hermana despreciarla porque no era rubia como ella, porque sus ojos color miel apenas se veían por sus rasgos orientales, porque su pelo era más lacio.

Siempre que se acercaba a sus padres obtenían la misma respuesta: “Cielo, no le hagas caso, tú eres nuestra hija como ella y os queremos a las dos con todo nuestro corazón”. Eso le daba fuerzas para seguir adelante cada día.

Pero llegó la adolescencia, y el cambio fue más radical.

Su hermana era popular, siempre iba a la última, preparada para gustar, y lo que ella pensaba que era más importante para su hermana gustarse a si misma.

Ella sin embargo era la estudiosa, la que le daba igual una sudadera que otra, la que intentaba pasar desapercibida.

Al menos el ambiente en casa mejoro por aquella epoca, porque les habían dado cuartos separados.

Sus padres seguían estando ahí demostrandole lo mucho que la querían.

Había descubierto la verdad, las dos eran adoptadas porque sus padres no pudieron tener hijos.

A ella no le importaba porque se sentía querida. No importaba nada los desprecios y los desplantes de su hermana que ni siquiera era capaz de ser amable cuando le pedía amablemente que le hiciera algún trabajo para clase.

Todo parecía ir bien, hasta que papa y mama faltaron. Se habían ido de viaje y nunca más regresaron, su avión se estrelló y nunca más volvieron a verles.

A partir de ahí todo cambió. Las presiones de su hermana eran cada día mayores, la culpaba del accidente, de que ahora no tuviera a sus padres para cuidarles.

Los desprecios abandonaron poco a poco el ámbito privado para hacerse públicos, en la calle, en los pasillos del instituto. Le hacía la vida imposible dentro y fuera de casa.

Ella la ignoraba, la intentaba esquivar, pero su hermana siempre la encontraba, y todo volvía a empezar.

La convivencia se convirtió en un infierno, intentó pedir ayuda a su familia, pero estos le decían que eran suposiciones suyas, ni siquiera cuando su hermana le quemó el brazo fueron capaces de reaccionar.

Pero ella intentó sobrellevarlo, a la vuelta de la esquina estaba la universidad y su ansiada carta de libertad, se libraría de su hermana.

Pero el destino le tenía preparada otra cosa. Su hermana la había delatado, había contado en el consejo escolar como ella era quien le hacía los trabajos. Que le obligaba a hacerlo bajo amenazas.

Las cartas habían sido repartidas y su hermana se había marcado un gran farol.

Ella no supo que responder, ya que en el fonfo quería a su hermana, no podía dar crédito a ninguna de las acusaciones. No podrían creerla, las notas de los examenes estaban ahí para demostrar su inocencia.

Pero su hermana continuo con su farol y al final no le permitieron graduarse ese año, por lo que la universidad se alejaba.

Todo el mundo aplaudió la decisión de quedarse un año en casa para ayudar a su hermana a pasar el curso como dios mandaba, sin hacer trampas había dicho delante de todo el mundo.

Se había salido con la suya.

La noche del baile de graduación no pudo más y le planto cara a su hermana, discutieron como nunca lo habían hecho, pusieron las diferencias encima de la mesa, se dijeron todo lo que una había repetido durante toda su vida y lo que la otra había callado.

La cosa acabó mal. Harta de todo cogió un cuchillo y se lo clavó a su perfecta y popular hermana, quien intentó huir, pero tras la primera puñalada llegaron unas cuantas más.

Mientras veía como su pesadilla se desangraba en el suelo y la miraba con ojos llenos de terror se corto las venas y mirando a esos ojos le mostró las ensangrentadas muñecas y le dijo: “Ves, en el fondo si que eramos iguales”…

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