miércoles, 27 de enero de 2010

no pudo volar

No sabía muy bien que le podía haber pasado, solo lo veía ahí tumbado con los diminutos ojos muy abiertos. Abriendo y cerrando el pico, con un enorme esfuerzo.
Sus ojos se clavaron en esos diminutos ojos negros.

Miró a su madre y le dijo: “Cariño, déjalo ahí porque seguro que su mamá lo está buscando”.

Pero el no creía que la mama del pájaro le buscara, y lo que no concebía es que lo fuera a encontrar en medio de la calle. Aunque no pasaran muchos coches, estaba en el sitio adecuado para que fuera atropellado por una negra goma.

Lo movió de sitio, haciéndole una cama con un poco de paja, y lo puso al sol.

Su madre lo miraba desde la puerta de casa, consciente de cómo iba a acabar la historia, pero contenta a la vez por la preocupación de su hijo.

El niño se sentó a una distancia prudencial para ver si la mamá del pajarito se acerba, pero allí no se acercaba ningún otro animal.

El tiempo seguía pasando y el pobre pajarito seguía tumbado en su extraña cama, hecha por las manos de un niño.

Se armó de valor y se fue corriendo a casa, cogió una camiseta vieja y empezó a frotarla contra su cuerpo para calentarla, cogió al pájaro y lo envolvió con ella.
Pensando en que su mamá lo estaría buscando lo llevó al mejor sitio de la casa, la terraza. Era el más alto y por el que más pájaros pasaban, su plan no podía fallar.
Dejó al pájaro al sol sobre el tejado y salió disparado de nuevo, el objetivo las migas de pan que se acumulaban en la panera, no iba a permitir que el pajarito pasara hambre esperando.

Su madre le miró con ternura, seguía sospechando lo que iba a ocurrir, pero ya era demasiado tarde para parar la férrea voluntad de un moco de 5 años.

Mientras el niño se iba acercando a su nuevo amigo, su madre le siguió.

El grito no se hizo esperar, los diminutos ojos no estaban abiertos, el niño cogió con delicadeza al pájaro, que abrió los ojos ante el gesto.

El niño fue consciente en ese momento de que algo iba mal, la mamá no le iba a encontrar porque no iba a poder piarle para llamarla. Entonces el crío entonó un pio, que se reprodujo de manera agónica en el pajarillo.

Su madre desde la puerta de la terraza vio la primera lágrima aflorar y se acercó a su hijo. Agachándose a su lado le dijo: “Cielo, déjalo que está muy malito, intentó volar y era demasiado joven”.

El moco de 5 años creció pero aún recuerda donde ese día de verano enterró una parte de su infancia. Lo más curioso de todo es que pasado el tiempo, lo volvió a intentar con idéntico resultado. Pero no por ello se rindió.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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