domingo, 16 de noviembre de 2008

pasando página (2 de 2)

Sabía que todo consistía en llegar a su casa. En entrar en su habitación y poder cambiarse de ropa. Ponerse presentable e irrumpir en el edificio como si hubiera vuelto de su viaje a África.

Pero el maldito autobús no terminaba de pasar y él seguía allí anclado en mitad de ninguna parte.

Con llegar a esa maldita reunión solucionaría todo. Pondría a cada uno en su lugar. Y lo más importante impediría que su empresa se viera salpicada por el escándalo.
Aunque no entraba dentro de sus planes eludir un escándalo porque quería destrozar las vidas de quienes estuvieron a punto de destrozar la suya.

Tal y como le enseño su padre empezaría por acercarles a su círculo personal. Por hacerles pensar que no sabía nada de lo que habían intentado hacer para poco a poco hacerles caer con todo el peso de sus actos.

Tenía muy claro que el primer golpe lo asestaría donde más les doliera. Y para ello nada mejor que enojar a sus clientes para que ellos tomaran las represalias pertinentes. No iba a mancharse las manos con un asunto tan sucio como aquél. Aunque tenía claro que iba a disfrutar de cada golpe recibido por cada uno de los pobres gatos que habían dado orden de hacerle desaparecer.

No iba a dejar ningún cabo suelto y la tardanza del maldito autobús le brindaba la oportunidad de tejer su plan.

Todo estaba en su cabeza, todo estaba bien atado, solo faltaba que el maldito autobús llegará y le transportará a la ciudad y pudiera llegar a su casa.
Cuando el autobús llego pensó que acariciaba su venganza que por fin pondría fin a los negocios que iban a manchar el honor de su empresa.

Cuando el vehículo se detuvo y abrió sus puertas no vio al conductor sacar un revolver de su chaqueta y apuntarle directamente a la cara.

Ni siquiera oyó el disparo. Solo notó que algo le atravesaba la cabeza, lanzándolo hacia atrás sentándolo en el banco de la marquesina donde había estado elaborando su plan para vengarse de la gente que le había llevado a esa situación.

No contó con que esa gente tampoco estaba dispuesta a dejar un cabo suelto que les impidiera pasar página.

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