sábado, 14 de junio de 2008

demonios

Cuando renuncie a mi pasado no sabía muy bien que estaba haciendo. Solo sabía que era lo que más deseaba en este mundo.

Dejar atrás mi vida para formar una familia “normal”.

Sabía que no iba a ser una tarea fácil. No iba a poder bajar la guardia ya que de lo contrario volvería a transformarme en lo que era antes. Naturalmente había una forma de evitarlo, la forma era realizar unos ritos. Esos ritos no están bien vistos en tu mundo. Pero yo necesitaba llevarlos a cabo para poder mantener mi vida tal y como estaba.

Lo más díficil de explicar era el sacrificio, un pago de sangre que me mantenía como vuestro semejante. Existen unos plazos dentro de todo este ritual. Si lo hacía cuando debía solía bastar con desangrar unos cuantos animales.

Si por cualquier cosa el “pago de la deuda” no se hacía cuando estaba dictado, la cosa se complicaba, el sacrificio debía ser de un ser humano. Casi siempre que me demoraba lograba saldarlo con la sangre de algún criminal.

La cosa se complica en exceso cuando el ritmo salvaje de la sociedad urbana me engullía y provocaba que me olvidara de mis obligaciones. Entonces el pago debía ser la sangre de un inocente. Y como te puedes imaginar no hay sangre más inocente que la de un niño.

No me vanaglorio de ello, la verdad es que es imperdonable que me haya visto obligado a tener que matar a niños. Podrás llamarme egoísta, pero el amor nos hace egoístas.

La persona que me hizo abandonar mi pasado sabía de sobra las cláusulas a las que debía hacer frente. El riesgo que corríamos al saltarnos alguno de los sacrificios.

¿A que parezco un trabajador obligado a presentar cuentas cada cierto tiempo?

Pero una vez, nos pasamos de fecha. Mi pareja me juro que no pasaría nada. Pensaba que el cumplimiento escrupuloso que habíamos mantenido durante los años se tendría en cuenta. Ni que fueramos clientes de un banco que han estado pagando escrupulosamente durante años y de repente fallan un mes.

Infeliz.

Lo que no sabía es que en caso de impago yo no sería aceptado de nuevo en mi lugar de nacimiento. Que la deuda solo podría ser saldada con la sangre de la persona más querída. Que el sacrificio no iba a ser rápido ni piadoso.

Siempre he llorado con cada una de las vidas que he tenido que segar para mantenerme aquí. Da igual que fuera un animal o un criminal.

Pero esa vez no lloré… no derrame ni una sola de mis lágrimas.

Tal y como sospeche a los 6 días de expirar el plazo yo comencé a transformarme en mi “verdadero” yo. Lo primero que me sucedió fue que mi piel se tiñó por un rojo sangre. Mi pelo creció hasta llegarme a la altura de la cintura. Y mis colmillos se alargaron.

Eso no fue lo único, como puedes ver también me crecieron estos cuernos, cercenados por el innombrable. Y las alas volvieron a su sitio.

Mi mujer lloraba abrazada a mi hija, se maldecía por que era consciente de que se había equivocado y ahora íbamos a tener que pagar los intereses. Lo peor de todo es que el mismísimo Satanás vino a hacer efectivo el cobro.

Lo primero que tuve que hacer fue violar a mi hija pequeña, delante de mi mujer que lo vio todo, ya que le impidieron cerrar los ojos o apartar la vista. Mientras los llantos de la pequeña inundaban toda la estancia. La deje tendida encima de la mesa del comedor. Allí fue violada de nuevo. Mi mujer trato de gritar, pero la cayaron con un sonoro golpe en su estomago. Cuando terminaron con mi pequeña, lo que quedó en la mesa no fue más que un amasijo de visceras y huesos rotos por mil sitios.

Era el turno de mi primogénito. Me dirigí hacia él pero el innombrable me apartó de él y me dijo que iba a ser un buen ejemplar, que no fallaría donde yo había fallado. Sabía que mi sangre corría por sus venas y no iba a desaprovechar ese detalle. Así que le apartó para llevárselo con él cuando todo hubiera acabado.

Fue el momento de mi mujer. Lo primero que tuve que hacer fue crucificarla. Lo hice boca abajo tal y como manda la tradición. La tuvieron allí más de dos horas mientras la sangre manaba a chorros de sus heridas. La cosa no termino ahí. Varios de los miembros del sequito inquisidor comenzaron a orinar sobre ella… nuestro orín es bastante acido, como sin duda has comprobado, y el olor a carne quemada comenzó a inundar la habitación.

Yo tenía que contemplar todo sin mostrar ningún ápice de sentimiento, tratando de evitar que él viera cualquier atisbo de mi sufrimiento.

Y así lo hice durante todo el proceso. Hasta que me dieron el tridente del innombrable. Tuve que atravesar a mi mujer por la mitad. Imagínate cual fue el orificio de entrada. Los gritos de mi mujer fueron monstruosos. Pero se vieron apagados por las risas generalizadas de los allí presentes. Hasta que no le atravesé las cuerdas vocales no dejó de gritar.

¿Te suena la historia? No. Que raro, porque juraría que todo esto debería sonarte porque tú estabas allí. Tú vas a experimentar peor calvario que el experimentado por mi familia. Pero no te preocupes porque no será como el que le espera a tu jefe.


buena bso para la historia

1 comentario:

Anónimo dijo...

Toda la crudeza de la historia, es tratada con un lirismo sentimental que compensa el dramatismo, te eriza los pelos de terror, pero, a la vez,rememoras a Edipo (no vale de nada luchar contra tu funesto destino), llegando incluso a sentir lástima de tan atroz verdugo.
¡Bárbara historia!

 
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