sábado, 7 de febrero de 2009

sentado

Sentado como estaba delante de su ordenador llevaba tardes. Delante de un documento de word en blanco.

Había perdido la inspiración, decían que era el síndrome del escritor primerizo, que cuando al enfrentarse a la escritura de su segundo libro se encuentra de golpe con todas sus limitaciones, con todos sus fallos.

Se acercaba la fecha de entrega y no tenía ni una sola línea escrita.

No tenía nada. Absolutamente nada.

Todo el mundo le decía que era normal, que se diera tiempo, pero tiempo era lo que no tenía.

Lo que tenía era la certeza de que tampoco era el síndrome del escritor primerizo, llevaba escritos más de 20 libros todos firmados bajo pseudónimo por lo que pudiera pensar su conservador padre.

Sólo cuando encontró en su casa uno de sus libros se atrevió a hablar con su padre abiertamente de su profesión. Los elogios que su padre pregonaba de ese libro le allanaron el camino para la conversación definitiva.

Fue tomando café tras una comida familiar cuando hizo pública su profesión. Resulto que su padre fue el único que desconocía a que se dedicaba su hijo y descubrirlo de esa manera no le sentó nada bien. Se levantó de la mesa y se marchó airado.

No sabía porque estaba pensando eso en ese preciso momento, cuando debería estar centrado en sus personajes, en darles una continuación a la altura de su primer libro.

Una sonrisa apareció en su cara al recordar como su padre volvió al poco de marcharse con el libro en la mano y le pidió que se lo dedicara. Al abrir el libro encontró una dedicatoria de su padre: “Si esto te hace feliz a mi también, nunca dejes de luchar por ello”.

Y en esas estaba. Luchando por su sueño. Había logrado poner su firma en un libro y había resultado ser un best-seller. Las críticas habían sido mejores de las esperadas y el contrato con un estudio de Hollywood estaba pendiente de una posible continuación de la novela para tener las bases de una posible saga rompe taquillas.

Su novela anterior tenía los ingredientes esenciales para ello, y su continuación tendría que desarrollarlos.

Llevaba dos años investigando para su novela. Tenía el argumento trazado en un cuaderno de viaje como el que usaba Hemingway.

Lo tenía todo atado o al menos eso pensaba él.

La inspiración es lo que le había fallado, la inspiración que le abandonó hace dos meses en el momento que su novia le abandonó sin mediar palabra, cansada de sus viajes de investigación, de sus prolongadas ausencias.

No comprendió su profesión, tampoco comprendió sus explicaciones cuando le decía que pare él era necesario tanto viaje, debía conocer lo sitios por donde sus personajes iban a vivir sus nuevas aventuras. Que no le era posible hablar de un sitio sin haberlo visto con sus propios ojos.

Muchas veces había intentado que ella le acompañara a conocer dichos lugares, pero ella siempre se había negado, nunca quiso conocer Thailandia, tampoco el antiguo Egipto le parecía lo suficientemente glamuroso, solo mostró un poco de interés cuando le dijo que iba a Los Ángeles a hablar con un estudio. Pero se le pasó enseguida cuando le enseñó el hotel en el que iban a alojarse.

El caso es que a él nunca le importo esa desgana. La tenía al lado y eso hacía que sus ideas fluyeran solas. Había hecho trizas su principio de no personalizar en nadie a su inspiración. Se había prometido que nunca haría recaer en nadie ese don.

Pero con ella lo había hecho, su relación parecía firme como para hacerlo. Había confiado en ella desde el principio, con los ojos cerrados se lanzó a sus brazos. No pensaba que ella se iba a poder marchar así.

Le había dejado solo con sus pensamientos, sin nadie a quien poder contarle todo lo que había pensado, sin nadie con quien hablar de sus ideas. Y lo más importante sin nadie que le abrazase por detrás y le distrajese de su trabajo para amarle como nadie lo había hecho.

Y allí estaba con su futuro pendiente de unas hojas que tenía la certeza de que no iba a poder entregar a tiempo, había intentando hablar con ella pero no le respondía al teléfono, tampoco su correo electrónico parecía funcionar.

Todo eso le estaba torturando, le estaba volviendo loco.

No lograba alcanzar una explicación razonable a lo que pasaba.

Estaba hundido, sus personajes parecían no querer salir de su mente, como si supieran que lo único que iba a lograr escribir era como el primer borrador que entregó a su profesor de instituto. Nunca olvidaría sus frías palabras sobre aquellas cincuenta hojas que le había costado escribir más de un mes.

Pero eso no le desanimo en aquel momento y no entendía como una ruptura si lo había hecho. Había tenido más relaciones pero ninguna había mermado su capacidad de escribir.

Estaba desesperado y el tiempo corría. El maldito tiempo seguía corriendo. Y su fuente de inspiración no estaba a su lado.

No podía escribir.

Simplemente no podía.

Y allí estaba sentado delante de su ordenador como tantas tardes.

No hay comentarios:

 
Free counter and web stats Creative Commons License
sebe dice by Sergio Ballestero is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.5 España License.